[Esta historia real y la homilía que le sigue las expliqué originalmente en Twitter, pero aquí he corregido varios errores y omisiones]
Mi primera novia fue vasca. Vivía rodeada de hierba, hayedos, truchas y vacas; un universo paralelo al de mi Barcelona gris e infecta de los 80. No aburriré con cómo se cruzaron nuestras vidas, pero quiero contar algo importante que aprendí.
Su pueblo en realidad está en Navarra, pero sus 3000 habitantes, todos euskaldunes y abertzales, habían cambiado recientemente la bandera de ese reino del siglo IX por la bandera de Euskadi, diseñada por Sabino Arana en torno a 1900. El pueblo de mi novia ya había salido alguna vez en las noticias, pero yo entonces no lo sabía, porque era adolescente y a mi lo que me tiraba de aquel pueblo no era la política sino mi novia.
Pronto me di cuenta de que un "español" era percibido por algunos como un intruso y que ser catalán no ayudaba en nada. Una broma habitual (el sentido del humor vasco solo lo disputan los andaluces) me informaba periódicamente de que para un abertzale los catalanes éramos unos flojillos que "ni verdadera lengua distinta teníamos".
Así que me acostumbré instintivamente a ir con pies de plomo enarbolando un genuino interés antropológico por lo de levantar piedras (un renombrado "campeón mundial" era oriundo del lugar), por lo de partir troncos y por los "mundiales" de pelota vasca. Mi vocación era sincera y venía de esta joya tan poco conocida como imprescindible, "
Gu ta Gutarrak":
El tema (ya me entendéis) casi no lo tocábamos. Y como casi no lo tocábamos, cuando salía, salía casi siempre mal, porque se acumulaban las suspicacias. Con lo cual intentábamos tocarlo aún menos. Con lo cual... Bueno, ya se entiende.
Mi novia era (es) una persona muy maja, buena gente. Ella no defendía que 'hubiera muertos', pero el conflicto era complejo, unos provocaban y reprimían; eran verdugos del capitalismo. Los otros se defendían, luchaban y, claro, había errores, y siempre habría locos. Pero todo era preferible a la sumisión al opresor. Y sobre todo: "y lo que
ellos hacen, qué", "y los familiares de presos que mueren en la carretera, qué".
Decía antes que en su pueblo todos eran abertzales. No es cierto, claro. Pero según la persona a quien yo quería, el resto no era del todo 'del pueblo'. Si no se alineaban en el bando correcto entonces eran fachas o a sueldo de algún opresor. Provocadores que exhibían símbolos ofensivos como la bandera navarra. Hostigarles por el pueblo era muestra de solidaridad con la causa. O de 'pertenencia', supongo. Y los demás eran simplemente 'de fuera' (como yo, pero eso a mi novia no le suponía un conflicto, yo creo que ella nunca hizo la conexión) y, si no se meten en política, son de los nuestros,
gutarrak.
Algunas de sus amigas no comulgaban con la militancia, se notaba. Pero te lo insinuaban en voz baja, moviendo poco los labios para decir palabras vagas. Que ojo, así era como hacía yo también las preguntas. Normal, porque el pueblo para entonces ya estaba regido por HB (es decir, por la 'Unidad Popular') y era habitual ver a ETA en pancartas del ayuntamiento o en las camisetas de otros solidarios. Y además, para fiestas, todo el mundo se apiñaba en las casetas más borrokas, que recogían beneficios para los sufridos familiares de los presos. No hacerlo supondría no 'pertenecer'. Esto último vuelve a ser mi interpretación.
Pasaron los años.
Un día llegó lo de Hipercor.
La que ya no era mi novia me llamó. Necesitaba expresar que ella no aprobaba aquello. Pero no lo hizo. Tras una conversación banal y algunos titubeos remarcó que habían avisado, que la policía no reaccionó al aviso, a saber con qué intenciones.
Yo entonces no lo entendí, pero mi amiga no podía aceptar esa masacre como parte de 'su causa' porque a diferencia de otras, Barcelona no le era ajena, era la ciudad de su equipo de fútbol, de su primer novio, era la primera ciudad que visitó. Necesitaba una explicación. No sé si en su instituto de bachillerato había avisos de bomba cada pocas semanas como en el mío. Casi todos eran falsos y solo a veces acababan en desalojo. Esa fue mi experiencia, al menos. Pese a ello muchos simpatizantes abertzales optaron por culpar a la policía y al Estado, y me ha llevado muchos años entender que en sus almas pasaba otra cosa. Pero luego seguiré con eso.
Años después, ese pueblo que tanto me importaba volvió a salir en las noticias. Un vecino, Javier Múgica Astibia, cometió el 'error' de afiliarse a Unión del Pueblo Navarro y de conseguir ser elegido concejal por sus vecinos. Semejante delito fue
legislado en Gara y Egunkaria, con extensas entrevistas a miembros de ETA explicando que añadían ese partido a sus objetivos
militares, solo un mes antes. Luego el delito fue
juzgado en las tabernas y
sentenciado en las paredes del pueblo.
La furgoneta de Javier saltó por los aires una mañana de 2001, delante de su casa, en el pueblo, al salir a trabajar. Era una furgoneta nueva, la anterior se la habían quemado recientemente.
Sobrecogido, esa vez llamé yo. ¿Cómo andan las cosas por ahí? ¿Alguien está pidiendo que acabe ya esto? No conseguí ninguna opinión. Ni a favor ni en contra. Equidistancia. El pueblo estaba ocupado por "periodistas de fuera molestando a todo el mundo", eso sí. ¿Os suena?
Nunca volví a oír hablar de política a mi amiga exnovia. No creo que nunca se haya vuelto a significar en ese tema con otra gente. Nunca volvió a explicarme quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Supongo que nunca ha pensado en las consecuencias de aquella equidistancia. No creo que haya sentido culpabilidad ni se la he deseado. Imagino que aparcó esa amargura en el pasado.
Lo que aprendí es que el núcleo duro de una secta nunca reconocerá, no puede, su error. Y menos si ha tenido consecuencias como contribuir a que se justificaran asesinatos, o a banalizarlos comparándolos con accidentes. Han invertido demasiado emocionalmente en una ficción y el coste de racionalizar es demasiado alto. Cualquier evidencia que pase por delante de ellos está condenada a encajar en el engaño.
Cuanto más inviertes (o cuanto menos ganas) en negar la realidad, más difícil es racionalizar el autoengaño. No soy psicólogo ni sociólogo, lo aprendí aquí:
A los que nos preocupa qué país va a dejar detrás el enorme engaño perpetrado en Cataluña, nos deberían ocupar menos los hiperventilados y más los 'indepes comunes', los que ven que algo no encaja pero que votarán perpetuar el pujolismo porque enfrente está España, a la que TV3 ya ha identificado con el mal. Son los que menos han invertido en el
Procés (o los que más se han beneficiado y enriquecido con él) y por eso serán los que van a racionalizar más rápido, bastará información y perspectiva.
En su interior, sabrán que los actos tienen consecuencias y que los responsables deben asumir el coste de sus errores. En su exterior, algunos seguirán colgando la estelada, pero reconocerán la importancia de la Ley.
A lo que más podemos aspirar es a que estos adeptos moderados dejen de callar mientras los adeptos menos moderados callan y cosechan su disonancia cognitiva como mejor puedan.
El engaño a Cataluña (la promesa de una independencia imposible) conducirá al núcleo duro indepe a una disonancia similar a la del engaño vasco (donde la lucha era para liberar al pueblo y
socializar su sufrimiento). Y se enquistará.
Pero la solución, como allí, no vendrá de ese núcleo hiperventilado al que tanto caso hacemos en las redes, sino de quienes menos han invertido y menos ruido han hecho en el
Procés, los que no cambiaron sus amistades, los que dudaron de la unilateralidad y del fin de la legalidad en octubre de 2017, esos que ahora creen que la independencia sería la solución a sus problemas si 1) fuera factible; 2) fuera como la habían imaginado; y 3) tuvieran una mayoría aplastante.
Son ellos los que podrán aceptar que España (y Europa), aunque no les
seduzca o no la 'sientan', no es un país totalitario, sino uno donde las diferencias se resuelven en parlamentos y juzgados, con reglas muy bien establecidas, como en cualquier estado democrático. Es a esos a quienes hay que mostrar un modelo ilusionante de futuro para España. Con rigor legal e institucional, con justicia y sin concesiones y también con lo único que les ofreció el procés: Ilusión.