1) “Comprenderéis que un pueblo que es problema para si mismo tiene que ser, a veces, fatigoso para los demàs, y así no es extraño que si nos asomamos por cualquier trozo a la historia de Cataluña asistiremos, tal vez, a escenas sorprendentes, como aquella acontecida a mediados del siglo XV: representantes de Cataluña vagando como espectros por las Cortes de España y de Europa buscando algún rey que quiera ser su soberano; pero ninguno de esos reyes acepta alegremente la oferta, porque saben muy bien lo difícil que es la soberanía en Cataluña”.
2) “Digo, pues, que el problema catalán es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar; que es un problema perpetuo, que ha sido siempre, antes de que existiera la unidad peninsular y seguirá siendo mientras España subsista; que es un problema perpetuo, y que a fuer de tal, repito, sólo se puede conllevar”.
3) “Porque ésto es lo lamentable de los nacionalismos; ellos son un sentimiento, pero siempre hay alguien que se encarga de traducir ese sentimiento en concretísimas fórmulas políticas: las que a ellos, a un grupo exaltado, les parecen mejores. Los demás coinciden con ellos, por lo menos parcialmente, en el sentimiento, pero no coinciden en las fórmulas políticas, lo que pasa es que no se atreven a decirlo, que no osan manifestar su discrepancia, porque no hay nada más fácil, faltando, claro está, a la veracidad, que aquellos exacerbados les tachen entonces de anticatalanes. ¿Qué van a hacer los que discrepan? Son arrollados; pero sabemos perfectamente de muchos, muchos catalanes catalanistas, que en su intimidad hoy no quieren esa política concreta que les ha sido impuesta.”
4) “Un Estado en decadencia fomenta los nacionalismos; un Estado en buena ventura los desnutre y los reabsorbe. Tenía gran razón el señor Cambó en este punto.”
Salut!
Ref.: Dos visiones de España: Cataluña y España, ¿un debate sin fin?, de Círculo de Lectores – Galaxia Gutenberg, en edición a cargo de José María Ridao, página 37, que recoge los discursos sobre el Estatuto de Cataluña, en 1932, de Manuel Azaña y José Ortega y Gasset.